Por Jess Waldorf
“No mientas, hay que decir siempre la verdad”, nos decían cuando éramos niños nuestros padres. Se nos inculca desde pequeños que la sinceridad es algo bueno, algo necesario incluso, para ser “una buena persona”. Todos recordamos el cuento de Pinocho, el niño de madera al que le crecía la nariz si mentía. Su aspecto físico se deformaba para mostrar a todos que había hecho algo malo, algo terrible. Y yo, como me pregunto muchas cosas, pienso… ¿mentir es lo contrario de ser sincero? ¿la sinceridad tiene o debe tener límites? ¿quién los marca?