Ellos siempre están, a pesar de los kilómetros, de las opiniones encontradas e incluso de las discusiones mal tornadas. Aunque de primeras piensen ‘¿qué he hecho yo para merecerme un hijo cabra loca como éste?’, al final, acaban sintiéndose orgullosos, porque sí, porque tú te atreves, porque no te da miedo investigar qué hay fuera de tu zona de confort, o sí pero lo haces igualmente, porque eres esa ‘personita especial’ para ellos y hagas lo que hagas, ya sea el piercing en el labio sin permiso o rechazar un contrato indefinido por unas prácticas en otro país del mundo, ellos te acaban apoyando, aunque no siempre ENTENDIENDO.
La preocupación
La primera vez que hablas de ‘irte fuera’ se llevan las manos a la cabeza, tu madre se pone triste, tu padre se enfada, sólo tu abuela (de esas que han vivido la guerra) te apoya. Ella ya lo sabe, la vida puede ser demasiado corta como para no hacer lo que se quiere. Cuando sigues igual, cuando vuelves y te vuelves a ir, cuando ya no ha sido sólo una vez, ni dos ni tres, ya no se enfadan; lo empiezan a entender (o a resignarse), empiezan a apoyarte y hasta a animarte a que hagas eso que tanto podría hacerte feliz, porque saben que puedes meterte en el pozo más profundo, pero que te enseñaron bien a nadar y que , a unas malas, siempre sales a flote. Porque saben que te duele tanto irte como volver. Porque saben que les echas de menos, cada vez más, pero que la curiosidad te puede, que no puedes vivir con el ‘qué hubiera pasado si…’, que tienes que intentarlo.
Al principio, se preocupan, bueno, se preocupan siempre. No creen que seas capaz de valerte por ti mismo, crees que no confían en ti, pero en realidad, solo temen no dejarte volar, no haberte enseñado todo lo que podrían haberte enseñado, temen que te engañen, que seas demasiado inocente, que te hagan daño y sobre todo, no estar ahí para defenderte. Pero les demuestras que sabes defenderte, porque ellos te han enseñado y que aún tienen mucho que enseñarte, que les mandarás miles de mensajes y les llamarás para preguntarles las cosas más inesperadas: ‘¿cómo funciona el contador de la luz?? ‘¿cómo se hacen unas lentejas?‘, o cualquier otra cosa, porque, vaya, ellos tienen todas las respuestas. A veces me pregunto si cuando tienes un hijo te dan una pastilla de la sabiduría o algo así, porque ¿yo sería capaz de responder a tantas preguntas?
El miedo
Miedo a que no vuelvas, a que te olvides de ellos (como si eso fuera posible), miedo a perderte. Cada vez que vuelves y ven lo encantado que estás en casa no dudan en preguntarte: ‘pero, ¿por qué te vas?¿tan mal te tratamos en casa?’. Que no, que no es eso. Que no hay nada más cierto que lo de ‘como en casa en ningún sitio’. Que todo el mundo echa de menos las croquetas de su madre, las peleas con sus hermanos y el café de la tarde de su padre. Entre otras cosas.
¿Sufren más los que se quedan o el que se va?
Siempre dicen que los que se quedan son los que más pierden, que el que se va está entretenido ‘viviendo una nueva vida’, pero no estoy completamente de acuerdo. Todo tiene un COSTE DE OPORTUNIDAD: para ganar algo, casi siempre tienes que perder otra cosa y el que se va…pierde también mucho: las rabas de los domingos, las risas con los amigos, vivir en persona pequeños momentos en la vida de ‘los tuyos’ que para ti que estás lejos dejan de parecer tan pequeños y aunque hagas nuevos amigos y vivas nuevas experiencias, siempre vivirás también con esa espinita, porque no, no se puede tener todo.
Tu familia sufrirá, claro, y te echarán de menos siempre, pero poco a poco se irán haciendo más a la idea de ‘quitar tu cama y planear una visita para tu cumpleaños’, porque no todo el mundo puede vivir en la incertidumbre, en la eterna espera. Barajas todas las cosas que podrían pasar ‘back home‘ y cómo podrías actuar si al menos alguien te informara, porque cuando estás lejos NADIE quiere que te preocupes, cómo si vivir en la ignorancia fuera mejor. Planeas las vacaciones de Navidad con ansias y con ganas, porque esa tradición siempre será sagrada y vaya, las Navidades son para estar en casa con los tuyos, comiendo cosas ricas, poteando y hasta teniendo discusiones sobre quién tiene que pagar el roscón del año que viene. Un 90% de tus días de vacaciones los inviertes en ‘ir a casa’, porque ni una playa paradisíaca puede competir con ese sentimiento de ‘estar en casa’. Porque hay cosas que no tienen precio.
Nunca te fallan
Es lo que tiene lo de la sangre, para bien o para mal, la familia te viene dada. No puedes elegirla, puedes tener buena o mala suerte, pero vaya acordaos siempre del dicho ‘en todas las familias se cuecen habas y en la mia a calderadas’. Lo importante es que tu familia siempre está ahí, pase lo que pase, hagas lo que hagas, son los que siempre han estado ahí cuando has reído y cuando has llorado, son los que se esfuerzan por entenderte cuando tú ya te has dado por vencido, son los que siempre te apoyan y te quieren, así, sin más.
Mantener el contacto
¡Uff!! Dependiendo de la familia, antes de irte, igual es recomendable que les des un curso en nuevas tecnologías, porque como con tus amigos, también puedes usar Skype, Whatsapp, Facetime… pero a veces, simplemente lo más fácil y efectivo es usar nuestro old-friend: el teléfono. Ese nunca falla y con que les enseñes cuál es el botón del manos libres, puedes hasta hablar con toda la familia durante la cena y vaya, en todas las familias hay un ‘geek’ que sabrá usar el Skype o la videollamada del Whatsapp para que estes presente en las reuniones familiares, do not panic!
CONCLUSIÓN: Son tu familia, ellos siempre estarán ahí.