
Cuenta conmigo (1986)
Los amigos se cuentan dos veces, en las buenas para ver cuántos son y en las malas para ver cuántos se quedan.
En las buenas conocemos “máscaras” y en las malas descubrimos “rostros”.
Así mil y un dichos que bebemos desde bien pequeños, aprendiendo poco a poco el significado de la amistad, que tanto abismo inexplorado guarda todavía. Parece que, aunque vivamos cien años, no desentramaremos la solución de esa ecuación, casi jeroglífico, que nos empeñamos en entender y dominar a toda costa.
Dentro de esa inmensidad desconocida, aprendimos la premisa de que lo difícil era conservar las amistades en las adversidades, cuando lo realmente complicado es justamente lo contrario, que nos acompañen BIEN en la felicidad. Porque qué sencillo es compadecerse del prójimo cuando tiene un problema. Os sobrarán hombros donde llorar y consejos gratis que seguir. Os invitarán a fiestas en las que desconectar y a cafés comprensivos para contar vuestros problemas. Pero ay de nosotros cuando estamos pletóricos o algo muy bueno nos sucede. Los consejos gratis se sustituyen por ojos cuasienvidiosos y los cafés afables donde querrías expresar toda tu ilusión pasan a ser caras enmascaradas con las que lejanamente arañas cómo te sientes para no pecar de altanería.
Poseer uno mismo lo que el otro tiene
Desgraciadamente, los seres humanos encontramos cierto reconstituyente en las desgracias ajenas. Es conocido. También triste, pero igualmente natural. Nos reafirma en nuestro escalón superior de vida desde el que observamos al otro. Nuestra identidad se define a través de los demás y, si por cualquier razón, sentimos que nos va mejor (que no quiere decir que nos vaya mejor) nuestra identidad se reconforta. Con esto no pretendo insinuar que todos seamos unos sádicos que disfrutamos viendo sufrir al otro (que haberlos haylos) sino que simplemente, nuestro concepto de vida propia se ve engrandecido a medida que empequeñecemos el de los demás. Es como un pequeño haz de luz que nos proporciona el mal ajeno “me da pena sí, pero menos mal que yo estoy mejor”.
Pero ¿qué sucede cuando alguien cercano se siente excepcionalmente bien por alguna o ninguna razón en particular? Dicho concepto de vida propia se cuestiona “¿por qué yo no estoy así de pletórico?” y esto, como es natural, fastidia. Ya no estamos en un escalón superior. Queremos estarlo, porque nuestra naturaleza nos impulsa a querer ser felices, pero nos entra la duda. En dicho estado, las personas reaccionan de muy diversas maneras y muchas, si te aprecian, se guardarán bien de ocultar ese pensamiento. En el mejor de los casos, su alegría por ti superará a su posible pensamiento de “inferioridad”, pero personalmente creo que siempre está ahí, oculto, latente, en pugna constante con nuestra racionalidad y aparece más o menos según el tipo de persona que queramos ser y/o la relación con el «afectado».
En otros casos no tan buenos, las personas que antes estaban dispuestas a escuchar tus penas, intentarán minimizar tu éxito, cuestionarlo o invisibilizarlo. Se detectan bastante bien porque no quieren hablar ni profundizar demasiado sobre ello, cambian de tema a alguna cuestión propia, quitan peso a tu victoria o le sacan alguna pega, ya puestos. Creo además, que todos, sin excepción, lo hemos hecho alguna vez (vuelvo a repetir, desgraciadamente).
Sí, llamémoslo envidia para simplificarlo, pero me parece un término demasiado simple como para abarcar la amalgama de sentimientos que se entremezclan en estas situaciones.
Separar el grano de la paja
Y una vez dicho esto ¿cómo distinguimos entonces a los buenos amigos? ¿cómo sabemos si alguien se alegra por nosotros realmente? Supongo que no se le puede pedir a las personas que tengan sentimientos 100% puros hacia nosotros, al igual que nosotros no los tenemos hacia ellas (de momento no hemos llegado a ese nivel de perfección, puede que con la inteligencia artificial consigamos algo).
Lo que desde luego sí podemos pedir es un esfuerzo a la hora de combatir esas pequeñas perversas ideas que les puedan surgir y que las superen con el aprecio que nos tienen y hacer lo propio. Traducido en frase mental podría ser como: «vale, me ha dado un poco de envidia, pero voy a hacer lo posible por interesarme por él/ella y engrandecer esa felicidad que ahora siente». Una forma pues, de reconocer a las personas que nos quieren es en base a su capacidad para acompañarnos de una forma sana en nuestros momentos más boyantes.
Para concluir, a mí personalmente me gusta la frase «la amistad duplica las alegrías y divide nuestra tristeza», un claro manifiesto de que ambos aspectos son igual de importantes. Rodéate de personas que enjuaguen tus lágrimas pero que sepan también elogiar tus sonrisas.
Adoro los roedores, y el mundo Disney. Considero que todos los problemas del mundo tienen su origen en la superpoblación y la incapacidad humana para ver lo auténtico. Para ser auténticos. |
Bueno, no entiendo muy bien eso de que es difícil encontrar buenos amigos cuando estamos felices. Tal vez sea porque nunca me ha sucedido, puesto que cuando algo me va bien, mis amigos se suelen alegrar, así como yo lo hago por ellos. Es lo más lógico; uno siente alegría cuando las personas que le importan son felices.
Lo que yo veo más difícil, es encontrar a los amigos que estén contigo cuando estés atravesando una situación adversa, porque no todos están dispuestos a cargar en cierta medida con los problemas de otros. Ahí es donde se ve la clase de personas que son y el afecto que te profesan.
Dicho esto, hay amigos y AMIGOS. Para algunos tu opinión y presencia es más importante en su vida, mientras que en la de otros es más trivial. No queremos a todos los amigos por igual, y normalmente cada uno nos aporta una cosa distinta.
Y para finalizar, es necesario distinguir los amigos de verdad, los que disfrutan de tu compañía y conversación pase lo que pase, a los que sólo te buscan cuando tienen un problema, se aburren o necesitan un favor.
Un abrazo.
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Gracias por tu comentario! Efectivamente, como bien dices, lo más lógico es que uno sienta alegría por las personas que le importan. Pero la mente humana no siempre funciona por lógica pura, hay mucha irracionalidad de por medio, y en mi humilde opinión, aunque claro que hay casos de todo tipo, sí que he visto situaciones (no necesariamente personales) de personas a las que no les cuesta acompañar cuando hay un problema (o se sienten más cómodas) pero tienen más dificultad en aceptar que en cierto momento otros sean más felices que ellas. Aunque, como señalas, hay casos de todo tipo, y si la vida te ha regalado personas que te acompañan bien en tu felicidad, eres afortunado.
Un abrazo.
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