
(c) Slava Bowman
Volvamos al origen de la palabra, pensemos en el término ‘expatriación‘. Ahora mismo, sentada en mi escritorio en mi pequeño apartamento al sur de París me siento cual Carrie Bradsow en Sexo en Nueva York pensando sobre el tema de su nueva columna. ¿Qué soy yo? ¿Una expatriada? ¿De verdad me siento así? ¿Me fui de mi país ‘voluntariamente‘? ¿Es una pesadilla interminable esta tortura de vivir en el extranjero?
El término ‘expatriado’
Si le pidiera a mi abuela que me definiera la palabra ‘expatriado’ seguramente me hablaría de la guerra, de la gente que tuvo que emigrar por motivos políticos, por falta de dinero… OBLIGADOS. Ahí está la clave: no era algo voluntario. ¿Y ahora? ¿Nos obligan a irnos?
El término ‘expat‘ está más en voga que nunca, mil grupos de Facebook, artículos, posts…¡Ser un ‘expat’ está a la última!, aunque, en el pasado, dudo mucho que fuera un concepto mínimamente atractivo. ¿Será que esta noción ha cambiado o acaso seguimos sintiéndonos tristes y deprimidos al abandonar nuestro país?
A lo mejor estamos en un ‘in-between‘, en un punto entre estas dos acepciones. Puede que no sintamos que nos echen a cañonazos de nuestro país, pero sí que otros destinos nos brinden más oportunidades y más vivencias enriquecedoras. ¿Puede ser eso? No huimos de nuestra ‘patria‘, pero tampoco lloramos mil lágrimas cuando decidimos marcharnos. DECIDIMOS. QUEREMOS marcharnos. Esa es la diferencia. Elegimos marcharnos para buscar mejores oportunidades, aprender idiomas, ampliar nuestros horizontes y la experiencia puede ser buena o mala, pero nunca indiferente. Te cambia para siempre y, a veces, es más duro volver que quedarse.
La aventura
Las experiencias en el extranjero no son siempre buenas. Todo no es siempre de color de rosas. Siempre hay momentos grises, y hay personas con más suerte que otras. He conocido personas que según pisaban el suelo de otro país no paraban de llorar y no pararon hasta que volvieron a casa…dos semanas después. Todo el mundo no está hecho (ni tiene por qué estarlo) para vivir en el extranjero. Nunca es facil y menos al principio, ya que se plantea, a menudo, así: sólo, sin piso, ni trabajo. No muy esperanzador, ¿no?
Poco a poco las cosas pueden mejorar mucho. Conoces gente. Encuentras un trabajo en el Zara del barrio. Te hechas un novio inglés. Mejoras UN MONTÓN tu pronunciación. Etc, etc. La lista de cosas buenas puede ser infinita, pero, por desgracia, también la de cosas malas. ¡Eso es lo que tiene salir de la famosa ‘zona de confort‘!

(c) Joshua Earle
Los aventureros
Los expats de hoy en día son como los Indiana Jones modernos, se lanzan a la aventura e improvisan. Se van, muchas veces, con una mano delante y otra detrás sin saber qué pasará. ¿Eso es bueno? ¿Sale bien? A veces sí, a veces no, pero todos estos Indiana Jones deciden que el riesgo merece la pena.
Expats los hay de todos los tipos. ¿El más habitual? El que va sólo en busca de nuevas aventuras, de más oportunidades o de ‘algo mejor’. Otros son más afortunados y emigran en pareja, con un apoyo al lado que hace que todo sea un poquito más dulce. También están esas familias que se lían la manta a la cabeza y se van, con los niños, el coche y el perro, ¡a lo loco! Estos casos son pocos y suelen tener motivos más específicos: un miembro de la pareja ha encontrado el trabajo de sus sueños o una medida desesperada si ven que en su país no pueden seguir manteniéndose.
Los hay que van siguiendo un camino un poco más sencillo: esos que ya van con trabajo, que saben que tendrán un as sobre la manga, que no entran en pánico por perder los pocos ahorros que tienen, pero esos son muy pocos. Estos aventureros de los que yo hablo son esa gran mayoría de expats que se van a eso, a la aventura, a ‘a ver qué encuentran‘, pero sin ningún miedo. ¿Éstos aventureros son, de verdad, expatriados?
La vuelta. El luto.
Sí, es como una especie de luto y hay que pasar por todas las fases. ¿Lo peor? Los tuyos no lo entienden. ¡No te entienden! Deberías estar encantado de volver a casa y no es que no lo estés, pero la adaptación y la ‘vuelta al punto de partida‘ puede ser MUY, pero que muy, estresante. Ya hablé de este tema en mi post: La depresión post-erasmus, que es una vuelta a casa bastante difícil de gestionar.
De nada sirve discutir, sólo lleva a la frustración. Hay que intentar expresar lo que se siente, pedir apoyo, mimos, comprensión y sobre todo, pedir que no te juzguen ni te presionen, porque, en realidad, ‘bastante tienes con lo que tienes‘. Bastante te presionarás a ti mismo, te autoflagelaras por no sentirte como ‘deberías’, COMO QUERRÍAS y si los demás también te presionan, sólo te llevará a huir: a pensar que estabas mejor lejos, pero, ¿de verdad es así?
Motivos para no hacer caso a la presión
- Los que te critican, muchas veces, no tienen ni idea de lo que es vivir en el extranjero. ¡Se piensan que estuviste de vacaciones!
- No muestran ningún interés y cero sensibilidad por lo que hayas podido vivir cuando estabas fuera.
- Cada persona debe ser libre de sentir y nadie tiene derecho a juzgar un sentimiento.
Conclusión
Cambiar de país implica un gran cambio, ya sea para irse o para volver. Los ‘retornados‘ se sienten solos, incluso cuando están rodeados de gente. Este sentimiento suele estar ligado a un problema de pertenencia: te sientes diferente e incomprendido, lo que te provoca sentirte triste e incluso culpable.
PERO volvamos al origen del post: ¿es adecuado utilizar el término ‘expatriado’? ¿Tú qué opinas? Yo, desde luego, no me siento 100% expatriada. Vale que mi país no me ofrezca lo que yo busco, pero nadie me ha obligado a irme y me considero una afortunada por vivir aventuras por el mundo, aunque no siempre sea fácil. ¿Existe algún concepto para describir ésto?